lunes, 4 de noviembre de 2019

Lo que me dejó el Tae Kwon Do

Nunca he escrito sobre el TaeKwondo, hablo mucho de ello, pero jamás he externado todo lo que me ha dado.

Ahora que ya no forma parte de mi vida, que lo veo de lejos, desde afuera, me he puesto a reflexionar, en todo lo que me dio y que agradezco tanto.

Desde niña lo primero que desee ser fue actriz y cantante. Soñaba con aparecer en la tele, en el cine, llenar auditorios y transmitir emociones con mi voz, con la música. Pero crecí siendo muy insegura, llena de miedos. No sabía tomar decisiones ni pedir tomar clases, hacer algo, a todo le temía.

A los 10 años mi hermana vio una escuela de Taekwondo y le dijo a mi mamá que nos metiera, como a mi mamá siempre le gustaron las artes marciales nos metió a todas e incluso ella, estábamos mis dos hermanas, mi mamá y yo.

Fue mi salvación. El primer día lloraba del miedo, de la pena, de ver que yo no sabía hacer nada, que no llevaba uniforme como los demás, que no conocía a nadie, me sentía rezagada, excluida, sola.

Pero me gustó, me gustó mucho y no dejé de ir. Poco a poco pasaron los meses y fui haciendo amigos, me compraron mi uniforme, mejoré mis patadas, mi coordinación, aprendí formas.
Apenas había hecho mi primer examen y mi maestro me llevó a un torneo, se suponía que debía ser al menos cinta amarilla para pelear, pero ya me había estado preparando en clase y vio que me gustaba pelear, no le tenía miedo, incluso siempre me ponía con niños. Así que no dudó en incluirme en el torneo.

Fue en el Gimnasio Nuevo León lo recuerdo bien, era de formas, rompimiento de tablas y combate. No había adversarias para mi y me pusieron con un niño. En teoría solo se deben pelear hombres con hombres y mujeres con mujeres, pero mi maestro sabía que yo no pondría peros y a mi mamá tampoco le importó así que le entré. Y gané.

Ahí empezó todo. Jamás dejé de entrenar, de presentar, de aprender, de pelear. Se fueron saliendo todas, primero mi hermana la más chica, luego la de en medio y al final mi mamá. Quedé solo yo. La que tenía miedo, pena y no quería estar ahí. Había encontrado mi pasión. Me daba seguridad, me hacía sentir mejor, cada vez tenía menos miedo. En la escuela todos me respetaban porque practicaba Taekwondo, jamás alguien se metió conmigo.

Crecí y tuve la oportunidad de hacer teatro y cantar en el coro de la escuela, lo hice me encantaba, pero jamás dejé de entrenar, de competir. Las Olimpiadas de Sydney 2000 fueron las primeras que vi ya siendo taekwondoína y fueron casualmente las primeras en las que el Taekwondo fue integrado como deporte de Olimpiadas. Me enamoré, comenzó mi sueño de ir a las Olimpiadas, "un día estaré ahí." Lloré tanto en cada una de las inauguraciones de Las Olimpiadas cada 4 años... soñando añorando estar ahí representando a mi país.

Iba a las competencias y me halagaban, me decían que era fuerte, buena competidora, que podía llegar lejos. Un día fui seleccionada, para entrar al equipo de la Selección de Nuevo León. Pero no tenía quien me llevara a los entrenamientos pues era muy lejos de mi casa, yo era aun muy chica y no me dejaban irme en camión. Yo aun era muy miedosa como para enfrentar a mis padres, lo que ellos decían eso era, así que ni rezongué, simplemente me quedé local.

A los 17 años me fui unos meses a vivir a USA y como me estaba preparando para presentar la cinta negra mientras estuve allá seguí entrenando en una escuela de la localidad. Ahí el maestro me apoyó muchísimo, yo seguía entrona, fuerte y sin miedo a los golpes. Competí allá y gané 2do lugar, solo porque las reglas allá eran ligeramente diferentes y no supe como defender ciertos golpes a los que yo no estaba acostumbrada. Pero le saqué muchos sustos a todas porque yo golpeaba muy fuerte a comparación de las demás.

Le conté a el maestro mis sueños, mi deseo de ser cinta negra e ir a las Olimpiadas. Me ofreció entrenarme con alguien que preparaba gente para ir a las Olimpiadas si quería podría quedarme, mis tíos podrían adoptarme y ser mis tutores legales, yo podría ser residente y representar un día a USA en las Olimpiadas... Mi sueño podría hacerse realidad. Pero yo dije que no, que si un día llegaba hasta ahí sería representando a mi país, porque yo soñaba con ver la bandera de México alzarse y cantar mi himno nacional.

Volví a casa decidida a presentar el examen de cinta negra, que para pagar tuve que trabajar, con mucho sacrificio, dejando las fiestas y las amistades por entrenar, competir, dormir temprano, comer saludable, trabajar y estudiar, no dejar de entrenar.

Finalmente presenté el tan anhelado examen en Puebla, 3 días de seminario y examen. Fui la más feliz lloré tanto cuando me entregaron mi cinta, la ceremonia fue super emotiva. Regresé a casa con 18 años cumplidos muy feliz de un logro más en mi vida.

Acababa de entrar a la Universidad, seguí entrenando, aunque con menos frecuencia, ya trabajaba y estudiaba, la Facultad me quedaba sumamente lejos al igual que el trabajo, cada vez tenía menos tiempo, pero no lo dejaba.

Me mudé finalmente de casa más cerca de la Universidad y con el dolor de mi corazón dejé la escuela que me inició, que me vio crecer y convertirme en cinta negra. Pero no quería dejarlo así que no tuve opción. Luego a falta de equipo de Taekwondo en mi Facultad yo pedí permiso en dirección y creé mi propio equipo para competir en la Universiada. Hice la convocatoria, a la cual respondieron 4 personas, yo los entrenaba en mi casa, pues en la escuela no había espacio.

Los llevé a competir y uno sacó medalla, entonces nos voltearon a ver. Para entonces yo estaba en mi último semestre. Cuando me gradué les dieron uniformes, finalmente les dieron su lugar y tuvieron un entrenador y espacio para entrenar ahí mismo. Yo me fui y no alcancé a disfrutarlo pero me fui feliz de haber hecho algo por la Facultad aunque nadie supo nunca que yo lo inicié.

Comenzó mi vida laboral. Dejé finalmente el trabajo que me dio para pagar toda la Universidad, para hacer algo más de acuerdo a mi carrera. El trabajo me fue consumiendo cada vez más, el tiempo, el cansancio, el estrés. Poco a poco lo fui dejando, lo dejaba un año, luego volvía, 6 meses me desaparecía y luego volvía. Fui maestra de Taekwondo incluso por 6 meses, fue algo increíble, maravilloso, hermoso. Enseñar siempre fue algo que me gustó, preparar pequeñas mentes para crecer siendo grandes seres humanos. Pero tristemente no me podía mantener con lo que ganaba, y nuevamente me fui a otro trabajo que me desgastaba, hasta que a los 25 años lo dejé por completo y esta vez ya no volví.

Decidí retirarme el día que me di cuenta que el Taekwondo ya nunca me daría lo que tanto anhelaba. Cada vez bajaba más mi rendimiento a falta de constancia, necesitaba mejorar mucho mi técnica, mi condición, había chavas más jóvenes que yo, más fuertes y ágiles que yo. Ya no había competencias para gente de mi edad, ya no podría avanzar más. Solo lo practicaría como deporte de hobby y para mantenerme en forma. Eso no era lo que yo esperaba del Taekwondo, mi sueño cada vez estaba más lejos. Así que decidí que me retiraría en ese momento y recordando mis mejores momentos, cada anécdota hermosa que tuve, de golpes sufridos en entrenamientos, en competencias, cada vez que me levanté, cada vez que tuvieron miedo de pelear conmigo, cada derrota, cada victoria, cada coraje, cada sacrificio, la seguridad que me dio, los años de amistades, de viajes, del olor al sudor impregnado en el equipo de protección, del sudor corriendo por la frente, del tatami en mis pies descalzos, los moretones, las ampollas, quemaduras. Que buenos recuerdos.

El Taekwondo me dio mucho, me dejó grandes enseñanzas, de disciplina, persistencia, de esfuerzo y constancia. Dejó un vació tan grande que tenía la necesidad de llenarla con algo más, sentía que mi vida no tenía sentido si solo vivía para trabajar. Entonces lo decidí, recordé lo mucho que amaba la música y la actuación. A la vez recordé el miedo que tenía de pararme frente al público, pero decidí enfrentar ese miedo y superarlo. Entré a clases de canto, luego a un taller de actuación, poco a poco y con los años fui superando esos obstáculos y metiéndome más y más hasta que hoy puedo decir que ya no me duele haber dejado el Taekwondo y creo que por algo pasan las cosas, mi destino estaba en el arte. Disfruto mucho actuar, estar en el escenario, estar frente a la cámara. Finalmente amo lo que hago y aquí no me da miedo ser demasiado grande para empezar, sé que aun puedo lograr algo, nunca es tarde, seguiré mi camino, hasta donde me lleve.

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