Por alguna extraña razón siento que he olvidado lo que es escribir.
Recuerdo cuando era niña, para los cinco años ya sabía leer. Antes de cumplir los seis entré a la primaria, y al ser una niña muy retraída, callada y poco sociable, me refugié en la biblioteca.
Amaba esa biblioteca. Aún recuerdo su aroma a libro viejo. Ese aroma tan peculiar que amo tanto, esas hojas que con el tiempo se volvieron viejas y amarillentas, pero que a pesar de los años perduran, siguen ahí esperando ser leídos una y otra vez, yendo de mano en mano, de generación en generación, contando historias. Historias que viven eternamente.
Descubrí un mundo nuevo en la biblioteca. Al principio leía los mismos cuentos una y otra vez porque me los terminaba todos y no me dejaban leer nada más. Fueron pasando los años y fui viendo más allá. En las categorías de poesía, novelas, ciencia ficción. Tenía nueve años, una ortografía horrible, pero ya amaba escribir.
Recuerdo que obtuve mi primer diario en cuarto de primaria. Me lo regaló la familia que me recibió en un intercambio del colegio, en San Luis Potosí. Si supieran lo que acababan de comenzar.
Aún guardo ese diario, me río mucho al leer las cosas tan banales que escribía, pero bueno, entendamos que era una niña de nueve años.
Cuando se terminó ese diario, compré otro, y luego otro y otro. Cuando no hubo más diarios de niñas comencé a tomar cualquier libreta designada especialmente para plasmar mis pensamientos.
Amaba que me dieran libros de lectura en la escuela, algo que siempre difundieron en mi colegio. Creo que era de las pocas, sino es que la única que realmente los leía y se emocionaba al hacerlo, (aún guardo algunos). Llegaba a la escuela contando las historias tan fantásticas que... no leía, ¡sino que veía!! Porque algo maravilloso sucede cuando leo. Las letras se convierten en imágenes e inmediatamente me adentro en un mundo nuevo, diferente, irreal, fantástico. Es increíble como puedes perderte de la realidad y sumergirte en otros mundos. En los libros logro conocer mil lugares, personas, situaciones, puedo vivir mil cosas a través de ellos.
Hacía mis resúmenes y con alegría los entregaba. Era la primera en levantar la mano cuando pedían a alguien que leyera en voz alta. Odiaba escuchar a mis compañeros ya en quinto de primaria y que no pudieran aún leer de manera continua, sin trabarse cada tres palabras, como si fueran todavía de primero. ¡Que los regresen! ¡No saben leer! Moría por gritarles.
Recuerdo cuando cayeron las torres gemelas. Yo en mi ignorancia de niña de once años, (cumpliría doce días después), no sabía que eran. Pero ese día lo descubrí. Era una mañana de huracán, como siempre en Septiembre lloviendo e inundando las calles mal hechas de Monterrey. No pude ir a la escuela por ese mismo motivo, pero ya habíamos despertado de todos modos y además, se había ido la luz. Recuerdo haber salido a la puerta, viendo llover a través de la reja. Siempre me ha gustado mucho la lluvia, el sonido que provoca al rebotar en diferentes superficies, la fuerza que impone. Y si hay truenos ¡Que mejor! Su sonido está tan lleno de energía, me recarga como una batería. ¡Salir a mojarme! Siempre ha sido algo muy agradable y divertido para mí. Aunque mis padres nunca me dejaban, aprovechaba cuando la lluvia me atrapaba saliendo de la escuela para irme caminando.
Y volviendo al día del huracán y la caída de las torres, mis vecinos de enfrente sí tenían luz, entonces salió la vecina a decirnos lo que estaba sucediendo. Fuimos a su casa a ver las noticias. Yo estaba impactada de ver como un avión comercial, lleno de gente, ¡se estrellaba en un edificio enorme con miles de personas en él! Se desmoronaba cayendo rápidamente, aún tengo la imagen de las personas saltando por las ventanas. Me entristecía demasiado. Siempre he sido muy sensible en ese aspecto. No me gusta saber de muertes y del sufrimiento de un ser vivo. Pero en ese momento, sentí la necesidad de escribirlo. Sabía que era algo que marcaría la historia y tenía que dejarlo plasmado en papel, como en los libros, para que viviera eternamente. Y como toda una periodista lo hice. Leer eso, once años después, me hace darme cuenta de lo mucho que fui avanzando en mi manera de redactar y cómo iba despertando esa chispa en mí.
Había entrado a la secundaria. Estaba mejorando mucho mi ortografía. Me encantaba mi clase de español y todos los días leía y escribía. Amaba los dictados, y los exámenes y pruebas de redacción y ortografía. Recuerdo que fue entonces cuando comencé esa libreta de poesía.
Siempre fui una niña muy enamoradiza, desde muy niña. Recuerdo en primero de primaria había un niño que me gustaba mucho, pero jamás me hizo caso. Luego en cuarto de primaria me enamoré de un niño de una generación arriba, anduve con él un rato y me rompió el corazón. En sexto de primaria del niño más rebelde del salón. Quería ayudarlo, pero terminaron por expulsarlo. Al entrar a la secundaria anduve con la mayoría de los niños nuevos y uno que otro que venían desde la primaria conmigo. No sabía decirles que no. Así que a todos les decía que sí, pero era muy penosa y apenas les hablaba en clase. Era más por decir que éramos novios, pues a esa edad uno ni sabe lo que es una relación de noviazgo.
Tenía un vecino que me encantaba, estaba sumamente enamorada de él. Éramos buenos amigos y siempre salíamos a jugar en las tardes, nuestros papás eran grandes amigos. Y un día, cuando tenía doce años, y él trece, recuerdo me presentó a su primo que estaba de visita, era muy guapo y también tenía trece, pero yo sólo tenía ojos para mi vecino. Ese mismo día me pidió que fuéramos novios y ¡Yo moría de la felicidad! Pero apenas duramos unos pocos meses, y entonces su primo aprovechó y comenzó a buscarme. Terminé enamorándome perdidamente de él. Fue mi primer beso a los trece años. Anduvimos seis meses. Lo más que había durado entonces. Y tardé años en superarlo.
Gracias a ese niño comencé a escribir mis primeros poemas, y de ahí ya no volví a parar. Le escribía a todos, escribía de todo. Escribí a la luna, a mi soledad, a mi amor, al tiempo.
Gané un concurso de poesía en la secundaria, gané otro por calaveras en la preparatoria. Escribí también una pequeña historia que metí a un concurso compitiendo con todas las preparatorias y las carreras de la Universidad, no llegué a ganar, ¡Claro! Ganó alguien de la Facultad de Filosofía y Letras. Yo tenía dieciséis años. Aún me faltaba mucho por pulir.
Entonces comenzó mi sueño de ser escritora. A la gente le gustaba lo que escribía, y me encantaba la idea de que un día, pudiera plasmar mis letras, mis pensamientos, mi imaginación, mis historias, en un libro en el que a través de él, yo podría vivir eternamente... ¿Se imaginan siendo inmortales? Como Shakespeare, Edgar Allan Poe, Charles Dickens, Miguel de Cervantes, Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz, Isabel Allende y tantos más que con su intelecto, preparación, lectura, pero sobre todo esa naturaleza con la que escriben, han llegado hasta nuestros tiempos intactos, frescos, como recién llegados, y siguen vigentes a través de los siglos, dejándonos estas reliquias de la historia, para leer y viajar en el tiempo al pasado; conocer la manera de pensar y de vivir en un mundo que, de no ser por ellos, no hubiéramos conocido.
En la prepa conocí a un nuevo chico. Muy guapo, y muy popular. A mí me caía mal por ese mismo motivo. ¿Qué me vio? No tengo la más mínima idea. Yo vestía horrible, siempre andaba en tenis y jeans. No me maquillaba ni peinaba.
Me taraba de hablar pero lo ignoraba. Un día no pude esconderme más, pues caminando a casa después de la escuela me lo topé jugando con un balón afuera de su casa. Resultaba que éramos vecinos.
Me preguntó mi nombre se lo dije, él me dijo el suyo y me preguntó donde vivía, le dije. Dijo que un día me visitaría. Y así lo hizo. Yo en ese entonces tenía un novio de veinte años, estudiante de medicina y músico, yo tenía apenas quince. A las tres semanas de andar terminé con él.
Al poco tiempo el niño popular y yo nos hicimos novios. Crecimos juntos. Cortamos y volvimos un par de veces, hasta que la tercera fue la vencida y no lo volví a ver. Duramos en total cuatro años y medio.
Fue una relación difícil. Fue mi primer novio formal. A quien le presenté a mis padres y él a mí los suyos. Me acompañaba a todas las reuniones familiares, salíamos, etc. Fue mi primer novio real. Y pensé que me casaría con él después de tantos años de relación. Pero la verdad es que era muy duro conmigo. Era machista, celoso y posesivo. Me amaba mucho, y se desvivía por mí, pero también me trataba muy mal. Tenía problemas de ira, y yo la llevaba. Hasta que decidí que eso no era lo que quería vivir el resto de mis días.
Me costó mucho trabajo superarlo pero me cambié de casa muy lejos a las semanas de terminar, y eso me ayudó, pues no lo volví a ver. Además tenía mis ideas muy firmes de lo que quería y lo que no quería en mi vida, y él era algo que ya no quería. Así lo superé.
Cuando estaba triste o frustrada, cuando cosas malas me pasaban, era cuando más escribía. Así que ya imaginarán lo mucho que lo hacía cuando estaba con él. Y mientras pasaba por el proceso de la separación.
Cuando me gradué de la preparatoria me fui a vivir siete meses a Mississippi, Estados Unidos. Mis papás querían que tomara un año sabático porque apenas tenía 16 años y no me sentían lo suficiente madura para entrar a la Universidad. Claro que quería un año sabático, pero tenía miedo de irme sola a otro país y dejar a mi aún entonces novio. Pero después de algunos meses me convencieron y me fui a vivir con una hermana de mi mamá. El día exacto de mi cumpleaños número diecisiete.
¡Viví tantas cosas tan maravillosas! Conocí gente de diferentes países, culturas y experiencias. Aprendí muchísimo, conocí nuevos lugares, aprendí el idioma. Me hice más independiente y segura. Definitivamente eso me ayudó a madurar.
Escribí cada día que estuve allá. Todo lo que viví quedó plasmado. Recuerdo que ponía: Día 1. Día 2.... hasta que llegó el día de mi triste regreso a casa. Y conté las lunas llenas que estuve allá. Cada una la vi, la disfruté, y la dejé grabada en mi mente, porque a cada una la convertí en una noche especial.
Casualmente mi última noche en Mississippi, fue luna llena.
Regresé a casa para entrar a la carrera. Había decidido estudiar periodismo. Era lo más cercano a las letras que encontré. Me harían leer y escribir mucho así que no había mejor lugar que ese.
Creí tener madera de periodista. Me imaginaba escribiendo en una columna todo lo que veía a mi al rededor y que la gente pasaba por alto, al ir en sus ocupaciones y preocupaciones diarias. Hacerles ver el lado humano de todas las cosas. Despertar esa sensibilidad que muchos estamos perdiendo en este mundo nuevo, donde ya nada nos sorprende.
Leí libros nuevos, conocí nuevos autores. Pero tenía que ver áreas del periodismo que no me gustaban como policiaco, local, política. Aún así trabajé duro en todo, eran retos para mí. Un maestro a mitad de carrera me reprobó simplemente por que creía que no tenía madera de periodista y como no le gustaba mi estilo quería sacarme de ahí. Me hizo sentir un poco mal, una parte de mí se la creyó aunque traté de que no me afectara. Pero justo un semestre después tuve clase con un maestro de mente abierta, más revolucionario y liberal. Había sido alumno del otro maestro y éste último era ya cincuentón, nada más imagínense la edad del otro.
Recuerdo que no podía asistir a sus clases o llegaba tarde a causa del trabajo. Pero me mantenía pendiente de las tareas que pedía y de lo que veían en clase, así lo acordé con él. Y realmente no me conocía personalmente, desde que empezó el semestre no había asistido a clase. Hasta que un día pude asistir y después de un pequeño ejercicio, revisando me dice:
-¿Tú eres Laura Aréchiga verdad?-
-Sí, soy yo-.
-Claro, me di cuenta por tu forma de redactar. Es muy peculiar, y me agrada. Siempre a tus notas le das un toque muy humano y poético. Hay que explotar eso-.
-Pero el maestro
fulanito me dijo que no tenía madera de periodista, que no llegaría lejos-.
-Está loco ese pendejo me cae muy mal siempre con sus cosas haciendo menos a los alumnos. No le hagas caso. Sé tú misma, escribe como te nace. Explota ese sentido delicado que tienes-.
Se volvió mi maestro favorito. Con él hice el servicio social en la revista de la Facultad. Hice prácticas en el Audio Visual en un programa de radio piloto. Me apoyaba mucho.
El trabajo y la escuela iban consumiendo cada vez más mi tiempo. Cada vez leía menos libros de mi propio gusto, y ya no practicaba aquél deporte, arte marcial de Corea del Sur que tanto me apasiona como las letras. El TaeKwonDo. Logré en primer semestre de mi carrera presentar mi examen de cinta negra, al fin lo había logrado. Me sentía muy orgullosa conmigo misma. Después de diez años de entrenamiento constante. Pero con el paso de los semestres tenía más responsabilidades, más proyectos, prácticas, servicio y ¡Tenía que trabajar! Yo me pagaba la escuela, sino trabajaba no podría continuar mis estudios. Así que las responsabilidades me fueron consumiendo y fui dejando mis sueños cada vez más atrás.
Me di cuenta que no quería entrar a trabajar a los medios. La paga era muy poca si no tenías experiencia, y si es que te pagaban. Los horarios eran incongruentes, y explotadores. Había que estar ahí antes de que cantara el gallo, ¿Y la hora de salida? Eso nunca se sabe. Entonces pensé ¿Qué vida podría tener trabajando día y noche con una paga que no me alcanza ni para el camión? No señor, no puedo estar así.
Me gradué. Durante la carrera tuve un novio con el que anduve el último año. Era de la misma Facultad pero él estaba en publicidad. A los dos nos gustaban las artes marciales, las películas, caricaturas y la misma música. Ambos siempre comíamos sano y hacíamos ejercicio, siempre nos mantuvimos en forma.
Con él entré a un mundo nuevo y diferente pues ya tenía 21 años y la relación era más abierta. Nos divertimos mucho, nos llevábamos bastante bien. Se llevaba bien con todos mis amigos y yo con los suyos; me querían en su casa, lo aceptaban en la mía. Pero a pesar de que todo parecía ir de maravilla, al final no teníamos los mismos objetivos y metas a futuro. Así que nuestros caminos se separaron.
Me gradué y y me decidí por conseguir un mejor trabajo. Mi trabajo de estudiante ya no sería suficiente.
Entré a trabajar a una Universidad donde estuve un año. Lo malo era que a pesar de que ahora sólo me dedicaba a trabajar, no tenía más tiempo libre. Tenía hora de entrada pero no de salida y muchas veces la hora a la que salía ya no me daba para entrenar, y llegaba tan cansada que iba directo a la cama. Sin embargo, la mayoría del tiempo estuve entrenando aunque no leyendo ni escribiendo. Creo que sólo leí un libro en ese año. Pero al menos algo de lo que me gustaba podía hacer de vez en cuando.
Tuve después de ocho meses de soltería, un novio que llegó de la nada a mi vida y así de rápido como llegó se fue. Yo me siento culpable completamente de todo. Él llegó con buenas intenciones, fue sincero conmigo. Me mostró tanto amor y seguridad que sentía que era una tonta si no lo aceptaba. Así que lo hice sin saber que tanto me gustaba realmente si funcionaría.
La relación de su parte era muy buena, me la pasaba bien con él. Me amaba mucho y se desvivía por mí. Pero yo esperaba más. Él era muy serio, maduro, de alguna manera aseñorado. Y yo apenas viviendo mi juventud. Algo no me tenía a gusto con él, no me sentía completa. Algo me faltaba... A los seis meses de relación terminé con él.
Durante todo este tiempo me empecé a sentir frustrada por el hecho de que ya no escribía, ya no leía tantos libros como antes. Ya no me podía concentrar, ni tenía inspiración, ni sentía que tuviera el tiempo. Me frustraba demasiado.
Entré a un nuevo trabajo. Y aquí comienzo a hablar más en presente. Pues hace apenas unos meses, en enero, comencé aquí. Y me sentí feliz de saber que algo vieron en mí y me dieron la oportunidad de tomar un puesto en el que yo era completamente nueva, sin experiencia ni conocimientos del todo. Pero con las ganas de hacer las cosas bien y de salir adelante. Quiero aprender lo más posible.
Mi frustración se fue haciendo más grande cuando me di cuenta que mi mente se había cerrado. Aquella niña creativa que alguna vez conocí ya no estaba. Aquella que veía todo con tanta simplicidad y que le salían las cosas con tanta naturaleza sin forzarlas, ya había desaparecido. ¿Qué me pasó?
Conocí a alguien, que por alguna razón motivó en mí las ganas de leer de nuevo, de escribir de nuevo, de querer hacer las cosas que siempre quise y que nunca vi posibles ni tomé iniciativa antes. Como cantar. ¡Y claro, porqué no! Llegar lejos. Componer canciones es otra manera de escribir, y de llegarle a la gente, y de hacerme inmortal.
Pues qué les puedo decir. Me enamoré.
Creo que tengo problemas de alguna manera en esto del amor. O eso dice mi madre. Me enamoro muy fácil, me des enamoro muy fácil. No creo que eso sea malo, al contrario, supero rápido las cosas. Y cuando me he enamorado de alguien con quien espero pasar mucho tiempo me termina dejando, cuando alguien me quiere para toda la vida lo dejo. No creo tener un problema, sólo creo que no he encontrado al ideal. Y tal vez mi único problema es que no tengo bien definido lo que deseo.
En fin, me enamoré. Me enamoré de lo que creo es lo que siempre he querido y no me había atrevido a aceptar por el qué dirán. Porque es diferente, porque yo soy diferente y una parte de mí tampoco lo quería demostrar, exteriorizar. Pero dentro está ese verdadero yo, un bebé atrapado, apenas formado, ¡que quiere salir al exterior y conocer!! Crecer. Pero siempre el miedo a la aceptación... ¡No me importa!! ¡Ya no me importa!! Quiero liberarme de los prejuicios, quiero ser la verdadera yo y que me acepten por ello. Y quien no ¡pues que se vaya! No me importa...
Creo que todo tiene su tiempo y momento. Y todo lo que estoy viviendo es por alguna razón en especial. Y aún no estoy lista para una relación, necesito pasar algunas cosas primero. Por eso no me quejo tanto si por ahora no se da con la persona que quiero. Pero si es nuestro destino estar juntos, cuando sea el momento adecuado se dará.
Por ahora creo que es momento de que él se encuentre a sí mismo y arregle asuntos pendientes y otras cosas para estar listo para una relación y exactamente lo mismo tengo que hacer yo.
¿Pero, saben? Ahora escribo como cuando estaba en la secundaria. Como la vez que me enamoré por primera vez. Escribo casi diario. Escribo donde pueda, en lo primero que me tope. Tengo libretas y hojas sueltas escritas por todos lados. Escribo sobre como me siento, sobre mí.
Me siento inspirada una vez más. Me siento de nuevo como esa niña enamoradiza que le escribía a la luna, al amor, a la lluvia, a las estrellas, al viento, a la vida.
Así es como vuelvo a las letras, así es como creo que podré llamarme de nuevo escritora. Espero vuelva a mí la inspiración y logre escribir, lo que siempre he querido.