jueves, 10 de abril de 2014

Luna llena



Mi luna es tu Luna, tu Luna es mía también; siempre la creí sólo mía, no la compartía, hasta que apareciste tú y entendí que ambos proveníamos de ahí, ¡sí! Fue ahí donde nuestras almas comenzaron a existir, sólo que fuimos creados en polos opuestos, pero en el momento indicado llegó el destino para podernos unir.

Sucedió un día que decidimos cambiar el rumbo y averiguar que había en el otro lado de la Luna, pues cansados estábamos de no ver diferencia alguna. Esa noche la Luna estaba llena, tan plena, ¡tan bella! En esa misma luna te encontré, donde creí estar sola con ella, con mi fiel y confidente compañera; nunca me dijo que otra alma alvergaba, otra que como yo en ella se refugiaba.

Y ahí me encontraste, a la mitad de la noche, en esa misma Luna llena, ésa que con su delicada y brillante luz nos iluminó y formó por primera vez nuestros corazones. Al verse mutuamente en su forma más pura nuestras almas ya no se quisieron separar. Entonces ahí estabas tú y ahí estaba yo, mirándonos sin decir nada hasta el amanecer.
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Cuando el sol nació y la Luna se escondió surgió la vida de dos seres en la Tierra. Llegaron en tiempos diferentes, crecieron en polos opuestos, pero la Luna no olvidaba a aquellas almas que por ella se encontraron por primera vez, esa mirada profunda que intercambiaron sin palabras; aquéllas que cada noche voltean al cielo y la ven con tanto amor, añorando su calor, sin entender porqué la quieren tanto. Sabía lo que debía hacer y llegado el momento ella conspiró para que se volvieran a ver.

Dos personas caminan por la calle de noche viendo el cielo, apreciando la luna hipnotizados con su luz y belleza, no ponen atención a lo que sucede a su al rededor durante ese momento, siguen caminando, están a punto de chocar; se detienen, bajan la mirada y ahí están. A través de la mirada pudieron verse mutuamente las almas, entonces supieron, sin saber aún porqué, que el destino los había unido no por primera vez.